Una mañana vi a dos palomas en pleno baile y me detuve, no quise interrumpir. Quise disfrutar aquello que me habían mencionado en una clase y que pensé no era más que un decir, pero allí estaba yo disfrutando uno de los momentos más sublimes de la vida... el cortejo.
No volví a pensar en ello hasta que antes de ayer, alguien embriagado de la felicidad que proporciona el enamoramiento me dijo: “la estoy cortejando” y quise derretirme porque pensé en las palomas y su baile, el besuqueo de la hembra y el posterior aplauso del macho.