martes, noviembre 29, 2016

Un antes y un ahora...


Hace algún tiempo, cuando no imaginaba que podía llegar a tener 29 años tantas veces como hasta hoy, estaba en un autobús  de regreso a Santiago y fue la primera y única vez que puedo recordar haber tenido una conversación larga con una persona desconocida en un escenario/lugar como ese. No recuerdo cuál fue la pregunta, supongo que fue alguna línea de guion de entrevista psicológica, porque recuerdo que mi respuesta fue algo como “soy Marjorie, tengo (no recuerdo cuantos años), estudio psicología, trabajo, tengo novio y soy feliz”, me preguntó entonces “¿eres feliz?” y yo queriendo disimular mi sorpresa, le respondí con el que yo pensaba que era un tono de seguridad “sí, soy MUY FELIZ. ¿Por?”. Entonces con un tono de voz que me pareció muy odioso, me dijo que él no estaba tan convencido de que realmente fuera feliz, porque cuando la gente dice repetidas veces que es feliz, lo hace para convencerse de ser eso que no es o como un mecanismo de defensa. La conversación siguió y se volvió más o menos una clase de psicología analítica.

Su respuesta me pareció invasiva y todavía hoy creo que es la clase de cosas que uno no le dice a los desconocidos, porque no, porque es una indelicadeza y después de todo quien es uno para cuestionar a los demás en un tema tan personal.

Recordé esa experiencia a propósito de ese hábito que hemos adoptado de más que compartir, tener que probar (¿?) que somos y estamos felices en todo momento en las redes sociales. Y compartir vivencias en las redes no está mal, al contrario, son espacios para crear comunidades sobre intereses similares, una forma de satisfacer el instinto gregario del ser humano. Sin embargo, creo que hay que prestar atención a las cosas que compartimos y la forma en que lo hacemos, preguntarnos quizás, si en realidad queremos compartir momentos felices y celebrar lo bueno que hay en nuestras vidas, si estamos compitiendo por el título de quien es más feliz o quien tiene más likes o si es sencillamente un intento de autoafirmación y búsqueda de aprobación de otros para poder encajar en las comunidades.

Quienes me conocen saben que mi vida se rige por reglas, normas que voy decidiendo y adoptando a veces sin darme cuenta, muchos automatismos sin dejar abandonada la espontaneidad. Una de esas normas consiste en sentir felicidad y reír genuinamente al menos una vez cada día y puedo decir que es sin duda una de las decisiones más productivas y satisfactorias que he tomado en mi existir. Después de cumplir 29, me di cuenta de que en los momentos en que he sido y soy feliz, no me ha resultado necesario decirlo con palabras, porque se me ve en los ojos, se me ve en la piel, en la manera de relacionarme con otros, hasta en la forma de comer.

Y es que ahora sé que puedo ser feliz con tan poco, a veces en el silencio, que puedo compartirlo cuando y con quien realmente quiera y no porque tenga que hacerlo.

Ahora sé que cuando soy feliz es porque siento paz, dentro de mí. 

viernes, enero 29, 2016

Tiene que haber algo más.

El último post que escribí en este espacio fue hace unos meses y se trataba de que las cosas pasan cuando tienen que pasar pero como el resultado de los esfuerzos que son necesarios para que se vuelvan realidad. Después de ahí, muchas cosas han pasado pero no había encontrado el momento de sentarme a escribir, quizás por falta de motivación, de inspiración, tiempo o tal vez por mil excusas que pueda inventar rápidamente para alargar sin sentido el párrafo, hasta convencerlos de la que yo entendiera que era la  justificación ideal. Pero hoy fue diferente…

Me desperté con el saludo de una de mis personas favoritas en el mundo, alguien que sin importar qué, encuentra el lado bueno de las cosas;  camino al trabajo vi mi trayecto más bello, sentía que mi sonrisa tenía una chispa especial. El día transcurrió sin novedades y en un momento de la tarde me anoté en un listado para ir a ver la conferencia de Maickel Melamed en Santo Domingo. Camino a mi casa volví a tener esos pensamientos sobre lo afortunada que soy por poder presenciar un atardecer tan lindo y poder transitar al ladito del mar. Afortunada porque tengo trabajo y de allí venía, porque tengo una casa a la que llegar y en la que me esperaban mis fieles compañeritos de travesía (Alicia y Diego), porque aunque muy lejos de ser perfecta o funcional, tengo familia; porque tengo amigos y gente muy especial en mi vida que hacen que lo ordinario sea extraordinario. Afortunada, porque teniendo más de diez razones para sentarme a llorar en una esquina y declararme incompetente en este instante, sonrío sinceramente todos los días y sacando cuentas rapidito puedo decir que todos los días soy feliz, no durante todo el día, pero si muchas veces  cada día.

Llegué a la casa y completé mi rutina de paseo canino, y me puse a pensar en lo agotada que me sentía y que tal vez debía no ir a la conferencia y ceder mi espacio, porque después de todo cuando el cuerpo pide descanso es porque posiblemente lo necesita de verdad. Pero bueno, la cosa es que hice el compromiso y “ya tenía que ir”.

Yo había leído en una ocasión un poquito de la biografía de Maickel y sí, me impresioné porque la sola idea de que una persona con distrofia muscular decida recorrer no uno, sino cinco maratones (42.195kms), me parece asombroso especialmente porque yo, que posiblemente pueda desarrollar la capacidad de hacerlo no quiero hacerlo, NUNCA. Pero la verdad es que su historia no se fijó en mi mente ni tampoco puedo decir que lo que rápidamente leí de su historia marcó mi vida. Pero escucharlo hablar y verlo tan enérgico, fue otra cosa. A Maickel le dijeron que no a muchas cosas, incluso desde su nacimiento ni se esperaba  que viviera tanto como hasta hoy y de eso se trata su historia, de la manera en cómo ha transformado en herramientas de superación las probabilidades tan altas de fracaso.

Tomé muchas notas y no pude evitar conmoverme porque estar allí no fue casualidad, como dije en el post aquel, todo pasa en su momento y con el justo esfuerzo. Y de tantas cosas que escribí ahora identifico una expresión que para mí es la base para recorrer satisfactoriamente este camino que es la vida: “No es lo que tienes, sino lo que haces con lo que tienes”. 

Siempre, siempre, siempre habrá obstáculos, para todo y en todo, pero buscar, encontrar y/o crear alternativas es el derecho y el deber de todo individuo. No es hacer que las cosas pasen y funcionen porque sí, sino porque acercan a alcanzar objetivos que a veces o muchas veces trascienden el propio bienestar. Es tomar provecho de las situaciones adversas, tomar ventaja de ellas y aprender de los tropiezos para responder de una manera más efectiva a situaciones similares. Algo así como que si del cielo te caen limones, aprender que puedes hacer una limonada, aderezar una ensalada, limpiar plata, etc., porque si de una forma no funciona, entonces deben haber otras formas u otras cosas que sí. 

Haber guardado mi agotamiento me fue muy útil, porque hace días necesitaba recordar que sin importar la naturaleza de las cosas, buenas/no tan buenas/nada buenas, la responsable de transformarlas en buenas/muy buenas/extraordinarias no es otra persona, sino yo misma. Recordar que si uno no está bien, no puede ni podrá jamás ayudar a otros a estarlo, que no se puede hacer a nadie feliz si uno no es feliz de antemano, que para querer a otros hay que aprender primero a quererse uno mismo, que para recibir sonrisas de conocidos y extraños uno tiene que sonreír.

Necesitaba recordar que tener que hacer algo y hacerlo, aceptar las situaciones como son y no cuestionar si pueden ser distintas, despertarse vencido porque las circunstancias no apuntan a más que eso, no debe ser y no es la única opción. Tiene que haber algo más que la obligación o el automatismo para estar vivos y vivir, tiene que haber sentido.


Hoy me ayudaron a recordar que no solo debe haber, sino que hay más, algo que viene de adentro, algo que viene del corazón.