El pasado domingo visité la bahía de Samaná con la intención de ver con mis propios ojos las ballenas jorobadas, que cada año durante el invierno, visitan nuestro país con la finalidad de aparearse y dar a luz a sus crías, algo que de acuerdo a lo que había leído y escuchado, seria una experiencia mágica.
Para este año se esperaban unos 30,000 visitantes a la zona, lo que constituye un gran aporte económico al país, en especial a la provincia de Samaná. Y es que no es para menos, la idea de que una ballena, en plena libertad coquetee con los visitantes, juegue en la distancia como si posaran para nuestras cámaras, y salte cual bailarina de mar en el momento cumbre de su baile, hace que cualquiera se entusiasme. Pero eso, ocurre solo en mi imaginación.
El bote en el que nos toco llegar hasta la zona en donde se supone veríamos las ballenas era muy pequeño, por lo que esta de mas decir que los movimientos del agua resultaron un infierno. A casi dos horas de haber abordado, finalmente nos detuvimos, y yo a pesar de mi malestar, ansiaba ver como aquellos animales se nos mostrarían y las fotografías tan espectaculares que obtendríamos. Habían otros botes mas, que al igual que nosotros esperaban, y de repente una de ellas subió a la superficie para respirar y fue cuando tristemente descubrí, que en vez de ir a ver a las ballenas, estábamos siendo parte de una persecución abierta a los pobres animales.
No es cierto que ellas coquetean con nadie, solo están ahí, huyendo y quizás deseando no tener que salir a la superficie para evitar ser asediadas, perseguidas por nosotros y por las demás embarcaciones que allí se encontraban con el mismo fin. Que triste me sentí en aquel momento, pues lo que en mis pensamientos anticipados seria espectacular, termino resultando a mi juicio, espectacularmente cruel, denigrante, un irrespeto al medio ambiente.
No había tenido esta sensación desde que rescatamos a Diego (nuestro segundo perrito), quien hasta que llegó a mi casa vivía en una jaula de pajaritos junto a Mini Alicia (su hermanita). A todo el que he podido le he contado lo que vi, porque me siento engañada, cómplice de un crimen. Muero por saber qué piensan los fulanos medioambientalitas, porque al menos yo, nunca antes escuché a ninguno sentirse indignado por el irrespeto con que son tratados los cetáceos que vienen a nuestro país en busca de condiciones favorables para preservar su especie.
Deberíamos sentir vergüenza por promover semejante actividad, y por ponerle disfraz a lo que a mi juicio constituye un atentado a la fauna marina. Deberíamos sentir vergüenza por creer que avistamiento y persecución de alguna manera son sinónimos.
2 comentarios:
Aquí donde vivo en las Islas Canarias pasa lo mismo, solo que esta colonia de ballenas piloto tiene su residencia permanente entre las islas de Tenerife y La Gomera, de pena ver la cantidad de barcos de todos los tamaños que salen a su encuentro para importunarlas en su casa, siempre han estado ahí, no entiendo como las autoridades no hacen nada para dejar de agobiarlas, muchas de ellas resultan mortalmente heridas con las hélices de las embarcaciones, una vergüenza.
Saludos.
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